Una reflexión que puede cambiar y mejorar tu vida
Durante muchos años, a lo largo de mi vida profesional como coach, he podido detectar diferentes modelos de comportamiento que afectan en gran medida la relación que se tiene con uno mismo y con los otros y que conllevan una serie de resultados muy diferentes entre sí, afectando muchos ámbitos de nuestra vida. Reflexionar sobre qué tipo de modelo guía nuestro comportamiento nos permite tomar consciencia sobre nuestra manera de actuar y pensar, nos ayuda a entender situaciones, relaciones laborales y personales y a mejorar nuestra vida.
Para mí la excelencia es un camino, una filosofía de vida, es hacer las cosas desde el trabajo bien hecho. Aristóteles decía que la excelencia no es una acción, sino un hábito. Algo similar a lo que expresa Lincoln cuando habla de dar lo mejor de sí mismo cada día. Ello nos lleva a que la excelencia, nos une al aprendizaje constante, a declararte aprendiz. Los fracasos son vistos como nuevas oportunidades de poder hacer las cosas de forma diferente y aprender del proceso.
Enfocar nuestro comportamiento desde la excelencia
nos conecta más con nuestro Ser.
El camino de la exigencia es muy diferente. Quienes centran su comportamiento en la exigencia no buscan hacer las cosas bien sino la perfección, sus “gafas” de la perfección. Este matiz es importante para entender los resultados que se producen ya que la perfección en sí misma es inalcanzable, por ello lleva a un camino de insatisfacción y frustración constante, de sufrimiento y auto reproches ya que nunca se está contento con lo que se alcanza, siempre se está enfocado en lo que aún no se ha conseguido. Como el aprendizaje no está presente, predomina el convencimiento que lo que soy hoy siempre lo seré, por eso crea sufrimiento. Lo que hago es lo que soy, por ello los fallos se viven como auténticos fracasos personales que afectan a lo más profundo de “mi identidad”. El error se interpone en la búsqueda de la perfección.
Enfocar nuestro comportamiento desde la exigencia
nos conecta con nuestro hacer, me identifico por lo que hago.
Estos dos modelos se reflejan en todas las actividades y esferas de nuestra vida: laborales, sociales, familiares y personales. La excelencia como modelo de comportamiento conlleva a una comunicación más empática con los demás y con uno mismo, a ser más humildes, más flexibles, a basarse en la confianza, a creer en el camino del aprendizaje y en la mejora continua, a reconocer al otro. En esta filosofía el camino es el viaje, no se centra tanto en la meta a conseguir sino en cómo se transita por este camino y no tiene límites porque nunca se conforma con el “está bien”, siempre se puede mejorar y aprender.
Quienes actúan desde la exigencia entran en una espiral de competición. Prevalece la rigidez y el camino de la confianza es dudoso. Aumenta la necesidad de controlarlo todo con el fin de garantizar el éxito de los resultados ya que “nadie puede hacerlo como yo”. En cuanto más se controla se obtienen menos compromisos. La comunicación abierta y directa disminuye, y por tanto el ambiente que se genera es tenso y negativo. Se vuelve un camino de obligaciones para sí mismo y para los demás: “es mi deber y tu deber hacer las cosas bien”. El camino de la exigencia es la meta, no importa el viaje, no importa el coste de este viaje, sino conseguir a cualquier precio la meta, la perfección.